miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb



Ni de Eva ni de Adán
Amélie Nothomb
Traducción de Sergi Pàmies
Editorial Anagrama
176 páginas


Sinopsis

La joven Amélie le enseña francés a Rinri, un chico japonés. Pronto comienzan un peculiar romance en el que cuenta más la amistad y afinidad que otra cosa.

Comentario:

Esta es una novela autobiográfica de la autora belga Amélie Nothomb, que suele intercalar novelas basadas en su vida y experiencias con otras de pura ficción. De todas formas, tanto unas como otras muestran rasgos comunes y un acusado estilo personal, que surge del carácter extravagante y original de la autora.

Como en todas sus obras, vemos una prosa depurada, lacónica, sin ser seca, pero llena de contenido. Casi pareciera que cada frase es una muestra de ingenio en sí misma, o de humor sutil, o alguna reflexión sobre cuestiones de la vida. Casi no hay ninguna frase que no tenga su gracia. La narración es muy ágil, los diálogos son extremadamente ingeniosos, y la extensión muy breve. 

Amélie nos introduce en esta ocasión en un aspecto poco tratado en sus obras, el amor, es decir, su relación con el amor. Así nos enteramos de que tuvo un novio japonés durante dos años, que tal y como se describe en el libro era todo un encanto, y además, su contraparte ideal, ingenioso y culto como ella, sensible, educado, etc. 

Más que un argumento en sí, la obra es un conjunto de anécdotas que nos van contando variados lances de esta curiosa relación de afinidad, unas más interesantes que otras. Por ejemplo, es divertida la ascensión al monte Fuji, y también los primeros capítulos donde se nos cuenta el inicio de la relación; o las descripciones que hace la autora de la familia del japonés, sobre todo de sus extravagantes abuelos. Como de costumbre, aprovecha para describir ciertas diferencias culturales con los japoneses y contar algunas de sus costumbres, desde el conocimiento que da el haber nacido y vivido en aquel país. Nothomb suele ser dura con su país de nacimiento, aunque en esta ocasión está más moderada en la crítica, y más proclive a confesar su admiración y su deseo de integrarse en tal cultura. 

A propósito de cultura, abundan las referencias literarias, cinematográficas y musicales, muy bien utilizadas en cada contexto. Aún me estoy riendo con la escena del ascenso al Fuji cuando Amèlie se identifica con Zaratustra, el de Nietzsche, y los diálogos y juegos de palabras a que da lugar este hecho. 


"Estaba en lo cierto. Más allá de los mil quinientos metros, desaparezco. Mi cuerpo se transforma en pura energía y en el tiempo que uno tarda en preguntarse dónde estoy, mis piernas ya me han llevado tan lejos que me he convertido en invisible. Otros tienen la misma propiedad, pero no conozco a nadie en quien resulte tan poco imaginable, ya que, de cerca, o de lejos, no es que me parezca demasiado a Zaratustra."
"El destino, famoso por su sentido del humor, quiso que naciera belga. Ser originaria del país llano cuando uno pertenece al linaje zaratustriano constituye una broma que te condena a convertirte en agente doble."
"—¿Cómo has hecho para subir tan deprisa? —me preguntó.
—Es porque soy Zaratustra —respondí.
—Zaratustra, ¿el que hablaba así?
—El mismo."


Al igual que en otras obras, Nothomb también hace bromas sobre su nacionalidad belga (en todas partes donde hay gente de diferentes nacionalidades ella siempre es la única belga, nunca nadie sabe dónde está su país, etc), y alude a otros de sus temas recurrentes: su hermana Juliette y el intenso vínculo que la une a ella, su obsesión por la gente delgada...

Lo que más me ha gustado de la obra es el humor tan inteligente y original de la autora, y el ingenio de sus frases y diálogos, y también las personalidades de la pareja protagonista, y su manera de narrar un romance, tan alejada de los estereotipos convencionales. Sin embargo, considero que esta novela es algo irregular, y que hay escenas que no están a la altura del resto, produciéndose una cierta apariencia de descompensación. 

Especialmente flojos me han parecido los capítulos finales, que cuentan lo que pasó tras la relación y cómo se hizo la autora famosa tras publicar su primera novela, exceptuando su reencuentro con Rinri, y su abrazo final, que certifica este sentido canto a la amistad más que al amor apasionado, cuajado de ironía y sutil humor. Esta parte parece escrita casi como un resumen o una transición, menos trabajado que el resto.

De todas formas, incluso las peores obras de Nothomb tienen un "algo" especial. 



Dejo el inicio de la novela para animar a su lectura:

"Me pareció que enseñar francés sería el método más eficaz para aprender japonés. Dejé un anuncio en el tablón del supermercado: «Clases particulares de francés, precio interesante».
Aquella misma noche, sonó el teléfono. Quedamos para el día siguiente, en un café de Omote-Sando. No entendí su nombre, él tampoco el mío. Después de colgar, me di cuenta de que no sabía cómo lo reconocería, él tampoco a mí. Y como no se me había ocurrido pedirle su número, ya no tenía remedio. «Quizás vuelva a llamarme para aclararlo», pensé.
No volvió a llamarme. La voz me había parecido joven. Tampoco era un dato muy significativo. En 1989, no eran precisamente jóvenes lo que faltaba en Tokio. Y menos en un café de Omote-Sando, el 26 de enero, hacia las tres de la tarde.
Yo no era, ni mucho menos, la única extranjera. Él, sin embargo, se dirigió sin dudarlo hacia mí.
—¿Es usted la profesora de francés?
—¿Cómo lo sabe?
Se encogió de hombros. Tomó asiento, muy envarado, y permaneció callado. Comprendí que la profesora era yo y que me correspondía a mí ocuparme de él. Le hice algunas preguntas y me entere de que tenía veinte años, que se llamaba Rinri y que estudiaba francés en la universidad. Él se enteró de que yo tenía veintiún años, que me llamaba Amélie y que estudiaba japonés. No entendió cuál era mi nacionalidad. Ya estaba acostumbrada.
—A partir de ahora, queda prohibido hablar en inglés entre nosotros —dije.
Conversé en francés con el fin de averiguar su nivel: resultó ser desesperante. Lo más grave era su pronunciación: si no hubiera sabido que Rinri me estaba hablando en francés, podría haberlo confundido con un pésimo principiante de chino. Su vocabulario era desalentador, su sintaxis reproducía defectuosamente la del inglés, que parecía tomar como absurda referencia. No obstante, estaba cursando tercero de francés en la universidad. Eso me confirmó el fracaso absoluto de la enseñanza de idiomas en Japón. Llevado a esos extremos, aquello ya no podía calificarse de insularidad.
El joven debía de ser consciente de la situación, ya que no tardó en excusarse y, a continuación, en callarse. No podía admitir aquel fracaso, así que intenté que hablara de nuevo. En vano. Mantenía la boca cerrada como si quisiera esconder unos dientes poco agraciados. Estábamos en un callejón sin salida.
Entonces me puse a hablar en japonés. No lo había practicado desde los cinco años, y los seis días que llevaba en el país del Sol Naciente, después de una ausencia de dieciséis años, no habían sido ni mucho menos suficientes para reactivar mis recuerdos de infancia de esa lengua. Así pues, le solté un galimatías pueril sin pies ni cabeza. Trataba de un agente de policía, de un perro y de cerezos en flor.
El chico me escuchó con asombro y, finalmente, se puso a reír. Me preguntó si había aprendido japonés con un niño de cinco años.
—Sí —respondí—. Y el niño era yo.
Y le conté mi trayectoria. Se la conté lentamente, en francés; gracias a una particular emoción, sentí que me comprendía.
Había logrado desacomplejarlo.
En un francés peor que malo, me dijo que conocía la región en la que había nacido y en la que habían transcurrido mis cinco primeros años: Kansai.
Él era de Tokio, ciudad en la que su padre dirigía una importante escuela de joyería. Agotado, se detuvo y acabó su café de un sorbo.
Aquellas explicaciones parecían haberle costado el mismo esfuerzo que si hubiera tenido que cruzar un río en plena crecida a través de un vado con piedras separadas cinco metros unas de otras. Me divertía verle resoplar después de aquella hazaña.
Hay que reconocer que el francés es un idioma perverso. No me habría gustado estar en la piel de mi alumno. Aprender a hablar mi idioma debía de resultar tan difícil como aprender a escribir el suyo."


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