jueves, 19 de mayo de 2011

El bolígrafo de Gel Verde, de Eloy Moreno

El bolígrafo de gel verde
Eloy Moreno
Editorial Espasa
300 páginas


La obra que nos ocupa está dividida en tres partes bien definidas. En la primera, el protagonista-narrador relata un hecho de su infancia que supuestamente marcó su vida: su ruptura con un amigo. En la segunda, la más extensa, nos hace partícipes de su rutina diaria como empleado de una empresa de informática y su día a día familiar; finalmente, en la última parte, la ambientación cambia y el personaje, narra "a modo de diario", según él mismo dice, los hechos que le llevaron a su vida actual, tras una experiencia catártica en la montaña. Una estructura circular (el final es un regreso al principio) que obedece al simbolismo del cambio a través de la recuperación del pasado.

El argumento es más bien escaso, por no decir pobre. Pese a la interesante premisa inicial, que es posible romper con la vida que uno lleva y cambiar radicalmente, esta se desarrolla de una forma bastante tediosa, sin mucho oficio (parece una obra de principiante), dejándose llevar por el sentimentalismo más exacerbado, y mediante el uso de una prosa pretendidamente poética basada en la repetición no solo de palabras y estructuras sino también de ideas, y en rebuscados juegos de palabras. La prosa intenta dárselas de alta literatura sin conseguirlo; su único recurso, aparte de la repetición, es crear expectativas cada pocas páginas, como si fuera a ocurrir algo importante, impactante, increíble... y luego nada, lo cual puede producir en el lector una sensación de frustración o engaño.

Una y otra vez se da vueltas sobre los mismos temas (el personaje dice estar agobiado por la falta de tiempo debido a una supuestamente larga jornada laboral y no poder disfrutar de su familia) sin que se aprecien matices nuevos en los personajes o avances significativos en la trama. Las ideas iniciales no dan más de sí a lo largo de la trama. Sobre este particular, la segunda parte resulta especialmente cargante. El autor parece creer que repetir varias veces todo lo que hace el personaje durante su jornada crea una sensación de “rutina”, cuando esta puede crearse, en menos páginas, con un par de escenas significativas sin aburrir al lector. Cuando digo “todo lo que hace”, debe entenderse literalmente, puesto que hay descripciones de acciones muy banales de las que se puede prescindir (como la escena de ir al baño y narrar las escatológicas acciones de uno de los personajes).

Los diálogos son poco naturales, y hay tendencia a transcribir parlamentos que no aportan información sobre los personajes, no hacen adelantar acontecimientos, no son divertidos ni significativos, no sirven, en suma, para casi nada.

El bolígrafo de gel que da título a la obra, y que es utilizado como objeto simbólico de la rutina y del cambio deseado, se antoja algo ridículo y como forzado. No se entiende que el personaje le dé tanta importancia a la búsqueda de tal objeto, casi como si fuera el Grial.

La voz narradora es alambicada, poco natural, tendente a lo melodramático, sin asomo de humor, quejica, llorona, victimista… Poco a poco, un personaje con el que deberíamos empatizar se hace cada vez más odioso. Carga tanto las tintas en sus supuestas desgracias que terminas por no creértelo. Por lo demás, adolece de una fuerte hipocresía, inmadurez, falta de autocrítica y de valor. Eso no sería motivo para crítica, ya que sobre personajes no hay nada escrito. El problema es que tal y como está descrito, parece que ni el propio personaje ni el autor ven en él nada malo. De hecho, es bastante incoherente, pues critica a todos menos a él (sus problemas son siempre causados por hechos externos, nunca por su actitud, etc), y cuando descubre que en algunos casos sus críticas han sido injustas, no dedica a estas injusticias ni un pensamiento. Por lo demás, el personaje se permite moralizar sobre los demás cuando él incurre incluso en delitos, que, huelga decir, tampoco le merecen ni una breve reflexión. Me ha llamado también mucho la atención que el protagonista dice que trabaja mucho pero no se le ve hacerlo. Solo perder el tiempo en la oficina haciendo listados, pensando, buscando bolis por ahí, espiando a la gente... todo el tiempo que pierde en eso podría estar haciendo algo útil para él o su familia.

En lo formal hay algunos errores, como el supuesto diario del final, que el personaje narra desde el presente hechos acontecidos seis años atrás con todo lujo de detalles, cuando resulta bastante improbable que alguien pueda recordar lo que hizo exactamente el día tal a las 14:55 por poner un ejemplo de aproximación de minutos como los que se dan en la novela. Por otro lado, un diario cuenta hechos que le suceden a alguien en el momento. Si los recuerdas no puede ser un diario, en todo caso memorias o recuerdos.

A nivel argumental se aprecian varias casualidades un poco forzadas, y algunas situaciones un tanto ridículas, como los aplausos que varias personas dedican al personaje cuando sube una montaña o entra en un refugio. Por no mencionar un final con reconciliaciones muy poco creíbles y que resuelve de un plumazo con un discurso casi moralizante. La primera parte, centrada en la infancia del protagonista se alarga en demasía y tampoco resulta muy interesante, al relatar un hecho casi banal como si fuera un gran acontecimiento, un accidente que parece poco grave para lo que supuestamente provocó. Por lo demás, lo narrado es demasiado similar a la vida de la mayor parte de las personas de su generación, recordando incluso a un episodio nostálgico de la serie "Cuéntame" que busca por la vía de la identificación emotiva, más que por el oficio o el arte, la complicidad del lector.

En resumen, una obra poco trabajada en lo formal, que carga las tintas en exceso en lo melodramático, exagerada en el tono y en la prosa, que busca la identificación del lector apelando a lugares comunes y emocionales, y cuyo mensaje podría haber sido interesante si hubiera sido plasmado con más oficio, más dinamismo y con una trama más imaginativa.  Eso sí, no se puede negar lo exitoso de la campaña de marketing orquestada por el autor...

Fragmentos de la obra


Allí, sin luz, saqué de nuevo la carta que tantas veces había leído en mi huida. Era tan confusa... tanto como su actitud en los últimos días. Era, sin duda, una carta de
despedida, definitiva. Una carta en la que escribió cosas que yo no entendía, una carta en la que intentó explicar cosas que no explicaba. Ahora sé que fue escrita desde la desesperación y no desde la calma, como ella decía. Fue escrita desde el odio y no desde el afecto. Fue escrita, seguramente, desde la rabia y el rencor.

Un sonido agudo, familiar, me despertó del ensimismamiento. Con un movimiento ya innato alargué mi mano para descolgar el teléfono; nunca llegué a escuchar la otra voz. Cuando entre mi mano y el teléfono apenas quedaban tres centímetros, me paralicé. Sonó de nuevo, otra vez, y otra, y otra, y a la cuarta descolgué para, con la misma desgana, volver a colgar. Fue una pugna difícil: a mi derecha, con casi diez años de peso, con el trofeo afianzado, con la solidez de un yunque: la rutina; a mi izquierda, casi olvidada, desdibujada por la propia rutina, resurgida de sus cenizas: la cordura.

Seis de la mañana de un martes clonado.
Sonó, como lo hacía cada mañana, el despertador.
Saqué mi mano derecha, refugiada bajo la sábana, para, a tientas, buscar el botón de paro.
Seis y cinco minutos, volvió a sonar. Maldije la función snooze.
Seis y diez minutos, sonó por última vez.
Con la pereza aún estirándome de la piel me levanté, deseando poder pasar diez minutos más allí, acurrucado, observando cómo nuestra respiración había difuminado la luz anaranjada que asomaba por el cristal de la ventana.
Apoyé los pies descalzos en el suelo: frío. Arqueé los dedos, para, así, de puntillas, sobre casi las uñas, dirigirme al cuarto de baño.

Sin prisa ni vergüenza, don Rafael comenzó a dejar caer sonidos por su ano mientras yo me mantenía en silencio, sin apenas respirar, a la espera de su acabe.
Después de varias ventosidades con una gran potencia inicial y sostenimiento descendente, llegó un sonido de chocar con agua que indicaba que el aire había cambiado
de estado, convirtiéndose en un sólido casi líquido. Fue acompañando, además, cada una de dichas emanaciones con un «¡uf!» o un «¡ay, qué gusto!»

Pasé por la zona de carpetas, carteras, plumas de más de cien euros con una utilidad dudosa; abrecartas de plata y bolígrafos de marca; papeles para envolver regalos, papeles de seda con los que hacer bolitas —qué recuerdos—, papeles de charol y papeles para forrar los libros que han dejado de ser útiles. Pasé también por la zona de los Rotring, oyendo cómo refunfuñaban contra el Autocad; de los Tippex y de las gomas de nata; de los plumieres y de los estuches de compases que tan de moda estaban como regalo en las comuniones de mi época. ¿Quién tiene ahora un compás? Finalmente, llegué hasta la zona de instrumentos de escritura asequibles, los demás engañarricos y timapedantes los había dejado atrás. Al contrario de lo que temí en un primer momento, no me costó nada encontrar lo que andaba buscando. Allí
estaban, dentro de cubiletes de plástico gigantes, decenas de bolígrafos de gel verde. Cogí uno, sólo uno, el primero que se magnetizó en mi mano. Lo atrapé entre mis dedos y por Dios —cualquiera— que me temblaba el pulso, como cuando cogí en brazos a Carlitos por primera vez. Me acerqué a caja con el boli entre unos dedos que
no dejaban de sudar. Esperé impaciente a que una señora mayor pagase hasta el último céntimo de la revista de turno; estuve a punto de apartarla. Me tranquilicé.  Acabó y pasé. Un euro y medio, ni más ni menos, eso fue lo que me costó mi cambio de vida.


¿Qué te ha parecido la reseña? ¿Te apetece leer este libro? ¿Ya lo has leído? (Los comentarios están moderados con lo cual tardan un poco en salir. Gracias por tu opinión)

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